Por John H. Newman
Nadie puede tener un millón de amigos, difícil tener más de unos pocos. Es natural, puesto que para cimentar una amistad hace falta mucho trato, trato íntimo, frecuente. Como el que tuvo Cristo con sus discípulos durante unos tres años. Y por eso, nos recuerda Newman, no se mostró, después de resucitado, sino a unos pocos: sus amigos. Ahora, hay más: nosotros, por ejemplo... ¿somos sus amigos? ¿somos pocos? ¿Jesús sigue teniendo pocos amigos?